Por Gino Bailey.
El contexto planetario hoy es más que crítico. Lo que está llevando al fin el extenso ciclo de acumulación capitalista no es una propuesta mejor, sino el colapso planetario de los recursos y sus ecosistemas. Eso nos está dotando de una conciencia planetaria global.
Antes de cualquier forma de desarrollo está la vida y ésta nos señala que para existir dependemos todas las especies y sus ciclos reproductivos. Los seres humanos nos convertimos a través de la historia en experto extractivos, expertos en acelerar y alterar ciclos reproductivos del medio. De pesquerías que abastecían necesidades locales de alimentación y subsistencia, se pasa a pesquerías extractivas especulativas, con un excedente de recursos muchas veces desperdiciados en el océano. De una agricultura familiar y campesina, que se adecuaba a los períodos y estaciones del año, evolucionamos a una agroindustria con especies introducidas – impropias- y un monocultivo intensivo destinado a la exportación. De una extracción minera realizada por pirquineros y familias que distribuían minerales pasamos a una extracción minera extensiva, destinada a la exportación para el procesamiento en otros países que luego retornan con un valor incrementado. En todos estos casos se repite el patrón del exceso y la especulación económica del recurso socio-natural por sobre la necesidad, por sobre el sentido ecológico de vivir en un mismo planeta.
Todas estas tendencias extensivas, especulativas y abstractas están hoy agotadas y en ello no ha retorno. La interdependencia socio-ecológica – término en boga por Berkes y Folke (2000)- señala que justamente somos dependientes directos de los ecosistemas y que sin ellos no hay vida. La idea o proyecto de desarrollo no puede pensarse hoy sin considerar el sentido originario de vivir en el mundo, que es justamente la vida. Y para que exista vida nosotros como especies tenemos el deber ético de tomar conciencia sobre el medio no para nuestro beneficio especulativo y de enriquecimiento material, sino para la posibilidad de vivir y con ello poder aportar también al desarrollo y vida de otros ecosistemas.
La apicultura familiar es un gran ejemplo. La labor de trabajar sobre los panales de madera, cuidar a las abejas y extraer los distintos derivados como la miel, entrega múltiples beneficios al ser humano. A su vez, en esa relación también se realiza una contribución al resto de los ecosistemas
con la polinización de árboles, flores y arbustos y, por supuesto, de sustento a las mismas abejas.
La interdependencia socio-ecológica nos propone una visión de desarrollo lejos del economicismo sustentable y cerca de lo necesario. Esta es imposible de concebir equilibradamente en el actual modo en que el mundo entiende el desarrollo. De esta manera acercar el medio a un desarrollo a escala humana es coherente, equilibrado y bidireccional con los aportes que el ser humano le puede entregar a los ecosistemas, y claramente los ecosistemas al ser humano.
Fuentes
Berkes, F., Folke, C., & Colding, J. (Eds.). (2000). Linking social and ecological systems: management practices and social mechanisms for building resilience. Cambridge University Press.