Por Briana Bombana.
Mar del Plata (Argentina), 4 de mayo de 2020.
Mi amiga Briana:
¿Cómo te va la vida, querida? Espero que bien.
Soy Plastricia, espero que te acordés de mí, pasamos juntas algunas semanas del verano 2018/2019 en que yo, como buena botella de agua que soy, te brindé un recipiente para que pudieras transportar un poco de agua con vos durante aquellos senderos que hiciste por las sierras de Santa Catarina, Brasil (donde nacimos ambas vos y yo). Exceptuando por el momento en que me separé de los diversos miembros de mi familia en el supermercado (aunque me salvaste de aquel aire acondicionado tan frio, por ello te soy eternamente agradecida), bien como de cuando me separé de vos, solo conservo buenos recuerdos de mi lugar de origen: sus paisajes impresionantes, el idioma, la tranquilidad de una ciudad mediana del interior de Brasil…
Bueno, te comento que no todo ha sido fácil desde entonces, y me fue imposible regresar. Como creo que te debo una explicación, empiezo diciendo que no me fui porque quise. La verdad es que me caí de tu mochila en la plaza de la catedral cuando te bajabas del bondique nos había arrimado al campo para el paseo de domingo y, vos, entretenida que estabas en llamar a alguien que nos fuese a recoger, no te diste cuenta. No te guardo rencor, sé que no lo hiciste por mal y, en efecto, estoy segura de que en cuanto llegaste a casa, viste que ya no estaba y volviste a buscarme. Pasa que, de golpe, como suele pasar en los veranos subtropicales, cayó una lluvia como Dios manda y yo me perdí por las zanjas de las calles hasta que llegué al rio principal. Y esta historia sospecho la sabés (si aún no percibiste, intento hablar español platense y como sé que a vos también te gusta, decidí redactar esta carta así), ya que el tratamiento del agua de alcantarillas en el sur de Brasil no llega al 50% de cobertura, entonces ni te cuento la probabilidad que tenía yo de que este sistema me atrapara y que pudieras realmente encontrarme allá… ¡Ninguna! Así que me rendí a los ríos de la cuenca hidrográfica: Desde el rio Carahá pasé al Canoas, de éste al Pelotas, del Pelotas al Río Uruguay, finalmente llegando al Río de la Plata y al Océano Atlántico. ¡Tremendo viaje!
Por citar algunas experiencias: hizo frío, se me acercaron algunas criaturas acuáticas, me crucé con algunos televisores rotos (¡me flashea!), me enredé en troncos de árboles, vi a un pibe arrojando el cadáver de una mujer al agua, por unos días estuve parada en la orilla por la sequía, pensé que me iba a morir porque el sol no me daba descanso y tenía la sensación de que me derretía, pero al fin sobreviví, acabé pasando por Buenos Aires que es estupenda, jamás me olvidaré de la vista de Puerto Madero desde un ángulo re privilegiado, tu querida Montevideo desafortunadamente solo la pude apreciar desde lejos, antes todavía perdí una parte de mi (la tapita), y también las corrientes acabaron por desnudarme ya que me sacaron la etiqueta que llevaba puesta. Por ello, me sentí avergonzada por un tiempo hasta que entendí que eso de llevar ropa es realmente una construcción social. Ahora, sin embargo, me va genial no tenerla… es que te escribo desde Mar del Plata amiga, me establecí acá por entre las rocas del primer espigón aguas arriba, suficientemente lejos del borde para que no me capturen les pesades de les ecologistas que limpian las playas y tampoco me den las olas cuando éstas están un poco más furiosas. Me enamoré de esta ciudad, no dejo un momento de maravillarme con la gente en la arena (si bien ahora no veo a nadie, me dijeron que está ocurriendo una pandemia, ¡qué fuerte!), su manera de ser y hablar, por la luna y las estrellas, y por el sonido del mar… de esa forma, termino esta carta con una invitación para que vengas a visitarme, estoy segura de que te encantará y capaz que incluso conseguirás laburo de lo tuyo (¿te imaginás? a mí me haría ilusión), pero bueno, tranquila, tampoco hace falta que te apresurés, si todo va bien, por acá estaré todavía, junto a muchísimas otras botellas (cada vez somos más, y podremos hacer un fiestón), unos cien años más.
Cuidáte hermosa. Saludos y un beso enorme, Plastricia.