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VOL¬OPINIÓN

El triunfo del tango, de la samba, del funk brasileño y de la clase baja

Por Briana Bombana.

Cuando vivía en Uruguay, muy probablemente, en una de las mejores experiencias antropológicas que he vivido nunca: la maravillosa feria Tristán Navaja de Montevideo, me compré un cuadro-póster que lucía “El triunfo del tango”. Si bien me gusta el estilo musical mencionado, la verdad es que no lo conozco tanto como para saber de qué canción o cantante trataba mi nueva adquisición. Me lo compré porque era bonito y, sobre todo teniendo en cuenta mis ingresos de estudiante, porque era barato. Actualmente, el poster referido se encuentra colgado en una de las paredes de mi habitación y fue solamente el otro día que se me ocurrió buscar algo más de referencia sobre la presunta canción que le da el nombre. En esa tarea, confirmé que la frase en destaque es realmente una canción, la cual fue compuesta por un chileno llamado Osman Perez Freire y, dado que escribo para esa radio que es su paisana, pensé que convendría darle un poco más de importancia, así que seguí leyendo un rato más sobre el susodicho. 

Para les que no saben, Osman Perez Freire, que era nieto del expresidente chileno General Ramón Freire, fue músico y compositor de diversos tipos de canciones tradicionales y, también, de muchos tangos. Entre los detalles de su breve biografía hallada en internet, la siguiente frase me llamó especialmente la atención: “Él fue uno de los ejemplos más claros que confirman nuestra teoría de que la aristocracia y la clase alta, en general, no despreciaban el tango”. Es decir, desde mi sesgo personal, que ve al tango como un componente de una cultura extranjera refinada, es diacrónico con la época en que vivió Perez Freire, y no muy interesado, hasta el momento, en sus orígenes, se me planteaba la duda: ¿El tango, vendido en todo el mundo como lo máximo de la elegancia, no ha sido siempre de la aristocracia y de la clase alta?

Pues no, resulta que el tango se originó inicialmente entre las clases menos favorecidas, en los bares, cafés y prostíbulos; y, luego, fue ganando terreno en las salas dónde las clases más favorecidas solían acudir, siendo hoy por hoy patrimonio inmaterial de la UNESCO. Coincidentemente (o no), su prima sudamericana un poco menos elegante pero igual de famosa, la samba, tuvo un destino similar: salió de las favelas de Río para recibir prestigio mundial, siendo también titulada como obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad por la misma UNESCO. Esa escalada de importancia, no obstante, no le fue fácil a esa última que, en sus inicios, era considerada un acto de merodeo, crimen capaz de llevar les sambistas a la cárcel. “Tiempos antiguos” algunes dirían, si no fuera por el hecho de que actualmente hay una propuesta de ley en Brasil para la criminalización del funk brasileño, otro ritmo originario de las favelas, contemporáneo y muy popular, con el argumento de que fomenta relaciones sexuales prematuras y el asesinato de policías, basándose en una imagen estereotipada de la cultura de la clase baja. Anitta, una cantante pop que ha logrado reconocimiento internacional después de empezar su carrera en los bailes funk (el evento emblemático de la periferia dónde se toca y se baila el estilo aludido), remarca: “creo que las personas debían entender el país dónde viven para poder criticar el funk… si quieres cambiar el funk o de lo que éste habla, entonces debes cambiar la raíz, las cuestiones educacionales… que permiten su creación”.

En lo que se refiere a mi opinión personal, así como mi cuadro, todos esos estilos musicales son bonitos para quienes los disfrutan pero, sobre todo, son baratos… de generar, “distribuir” y disfrutar, a final solo hay que tener animación, una letra realista, y algún tipo de instrumento asequible para ser tocados. Pese a los prejuicios de una parte de la clase alta, esa cercanía con lo accesible y lo popular es lo que siempre les dará, por nuestra suerte general, la chicha necesaria para triunfar.