Por Briana Bombana.
Es interesante observar que, a lo largo del desarrollo de nuestras relaciones personales, en pareja o en grupo, se crea un vocabulario propio de conversación, muchas veces con connotación graciosa: el famoso “chiste interno”. En portugués, de hecho, contamos con su gemela bivitelina: la “piada interna”. Pues bien, una situación fatídica que ocurrió conmigo cierta vez (por mi bien y el de Ustedes no hace falta que se la detalle), hizo con que yo exclamara de manera exagerada: “¡Soy un fraude!” Listo, esta secuencia de tres palabras en contraste con el contexto, en partes, cómico de la situación fue lo suficiente para que se convirtiera en una jerga bastante frecuente de las conversaciones con mis amigues, siempre seguida de una risita con miradas entrecruzantes. Después de algunos meses, sin embargo, una de nuestra pandilla, tras haber ido a visitar su familia, me comunicó muy decidida que dejaría de utilizar dicha “piada interna” porque su abuela así se lo había aconsejado. ¿La razón? Esta señora estaba muy cierta de que cuando repetimos una palabra diversas veces, mismo que no quisiésemos utilizarla con su significado original, pasaríamos a creérsela y eso de creerse un fraude, por supuesto, no era bueno.
Trayendo esa sabiduría octogenaria a la colectividad pero sin adentrarme en los fundamentos psicológicos de ello, me acordé de aquellos titulares de periódicos que se utilizan de ciertos términos para mantener algunas estructuras sociales, las cuales, afortunadamente, son imputadas por las minorías negativamente impactadas por su narrativa subyacente. Por ejemplo, en las noticias sobre el tráfico de drogas en Brasil, se suele denominar a les involucrades en dicho comercio de “traficantes” cuando pertenecen a las clases más bajas, sobre todo si son negres, mientras los mismos traficantes reciben el trato de “empresaries” y otros halagos semejantes si pertenecen a clases más altas y/o son blancos/blancas. De esa forma, las palabras elegidas contribuyen con la opinión generalizada, aunque falsa, de que todo pobre y negre es también criminal.
Al sobrepasar las fronteras de mi país, pero todavía pensando en imputar términos que mantienen algunas de nuestras estructuras sociales, llamo a dos cambios iniciales en nuestro vocabulario como latinoamericanes (y expando también la invitación a les norteamericanes, europees, etc.), segura de que no soy la primera y, si bien quisiera, ni la última en defenderlos.
Cambio 1: Encubrimiento en el lugar de descubrimiento. En el libro titulado “1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad”, de entre otros muchos puntos relevantes, Enrique Dussel expone que el “descubrimiento” de América en verdad se trató de un encubrimiento. Es decir, con la excusa de la modernidad, por medio de un proceso militar-político violento, Europa (1) asumió el Otro ya residente en nuestro continente (léase los pueblos indígenas) y, más tarde, les africanes que aquí llegaban “como cosa, como instrumento, como oprimido, como encomendado, como asalariado o como esclavo”. Así, la idea de “descubrimiento” se relaciona, mismo que indirectamente, con una legitimación (¡sino promoción!) de la desaparición del Otro, perpetrada hasta los días actuales.
Cambio 2: Americanes somos todes (2), desde el Promontorio Murchison (Canadá) hasta el Cabo Froward (Chile), aunque los Estados Unidos de América (EUA) han estado utilizando a todo el continente como su “backyard” desde que Europa ha empezado a perder su poder por estos lados del Océano Atlántico. De esta forma, reclamar nuestro lugar como americano es resistir a la apropiación y/o la deformación por parte del gobierno yankee de nuestras tierras, recursos, cultura y, sobre todo, voluntad popular (muy ejemplificada por el voto).
A diferencia de los chistes entre amigues, la reproducción de los fraudes aquí contestados puede ser entendida como una estrategia de control de los recursos y personas de América (¡continente, por supuesto!), dado que empezamos a creer en ello, normalizando y siendo conniventes con sus violencias subyacentes. Así que, tras haber ido a visitar alternativas, como mi amiga una vez me dijo, yo les comunico muy decidida: yo dejo ya de utilizarlos.
(1) Aquí se generaliza la idea de Europa, aunque una mejor profundización debería de ser tratada futuramente.
(2) A les americanes de hoy, no valdrá con solamente llamarles “norteamericanes” y tampoco “estadunidenses” dado que, respectivamente, excluiríamos a Canadá, México y etc. de la nomenclatura y, los mexicanes también lo son (Estados Unidos Mexicanos). Así que, si bien abierto a sugerencias, muy posiblemente el gentilicio correcto a utilizar sería “yankee”.
Imagen: América Invertida, dibujo del pintor uruguayo
Joaquín Torres García, 1943 (Museo Juan Manuel Blanes, Montevideo).