Por Briana Bombana.
Me hallaba allí, sentada en uno de los bancos dispuestos en la acera contigua a la entrada que da paso al centro cultural de mi ciudad, mientras esperaba a que abriesen la portalada para mi primera clase de teatro, cuando lo avisté. Se me vino acercando con una mirada un tanto disimulada, que sólo no era más disimulada que su ropaje urbano. A simple vista, éste era un tanto sencillo, de colores sobrios y sin que se le notara a qué marca correspondía. Así que ambos, hombre vestido y su vestimenta, pasaban bastante desapercibidos por entre les transeúntes de aquel momento. Como mucho, la blancura intrínseca del señor aludido, únicamente interrumpida por su par de mejillas rojizas, es que podría, en el mejor de los casos, delatarle de alguna manera como originario de un territorio de ultramar.
Pasa que yo, quizás porque por Europa anduve dónde eso de la riqueza acumulada camuflada en minimalismo se estila (siempre afirmaba Coco Channel, “menos es más”, mon amour), lo noté diferente. Sí, sí, no aparentaba ser alguien de aquí, y unas referencias respectivas a él se me venían surgiendo en la cabeza de a poco. Tal y como cuando uno ya lleva un tiempo despierta y va lentamente encajando las piezas de aquel rompecabezas construido la noche anterior mientras dormía. Es decir, cuando uno se va acordando de su sueño, vamos. Y, de repente, lo tenía… “Dios mío, que el sujeto que viene por ahí se trata de Elon Musk seguro. No puede ser… o ¿será? ¿Qué hará menuda personalidad internacional por esta ciudad que, si bien tiene su gloria y sobre todo su pena, no se puede afirmar que sea muy atractiva a ojos extranjeros? Oye chica, que dejes ya de complejos de inferioridad sudamericana, que mucho hay que ver y disfrutar por estos lados…”.
Mientras discutía conmigo misma internamente, la distancia entre él y yo iba disminuyendo externamente… y todo en cuestión de segundos, hasta que decidió por ponerse en el banco de al lado, pero no sin antes emitir una seña con su cuello que, aunque casi imperceptible, la recibí como un “hola”. El gesto me sirvió de gatillo, tanto para que esfumaran mis pensamientos conflictivos como para que balbuceara, sin mucho pensar, un “hola” como respuesta seguido de, ahora con más seguridad, “¿es usted Elon Musk?”. Él encogió de hombros. Expresión corporal ésta que siempre me ha intrigado, ¿estaba él trasmitiendo desdén o desconocimiento? Como me parecía que se trataba de este último, o al menos era de lo que yo quería que se tratara, proseguí “Bueno, si no lo es, sepa usted que mucho me alegro. Éste es un tipo peligroso, empresario cofundador de un mogollón de empresas, si bien famoso por haber creado el primer automóvil eléctrico “viable” para producción en la era moderna, un tal de Tesla alguna cosa. Creo incluso que andará entre los primeros lugares de estos rankings de las personas más ricas del mundo. Buf, no entiendo cómo todavía pueden enorgullecerse de eso. ¿Acaso no hay una concentración bestial de la renta en la cuenta bancaria y propiedades de unos pocos al mismo tiempo en que la mayor parte de la población no accede ni a sus derechos más básicos?”. Él seguía callado, hasta pensé en detener mi habla, pero la sangre ya se me había subido a la cabeza y además el pórtico del centro cultural se mantenía cerrado, ¡qué retrasados están! Quise, por tanto, interpretar su mirada fijada en mi rostro como un “adelante, muchacha” y lo hice. “Empero lo peor, lo peor de todo, es que el otro día, él publicó una frase en su twitter personal que decía <Nosotros daremos un golpe de Estado dónde se nos antoje. Lidien con ello> que mucha gente creyó concernir a la cuestión de Bolivia. No sé si se enteró usted… resulta que el año pasado nuestro vecino sudamericano sufrió una intervención en sus elecciones, haciendo con que el presidente que la ganó, Evo Morales, tuviese que salir del país a prisas, exiliándose en Argentina. Ya sé, ¿y que tiene que ver Musk y Bolivia? Pues, bien, sucede también que este país detiene más de 50% de las reservas de litio del mundo, que es fundamental para la fabricación de las baterías de los coche eléctricos, y que hasta entonces estaban nacionalizadas. ¿No le parece mucha coincidencia? Mucho que hablar mucho que hablar sobre la sostenibilidad de los coches eléctricos, sin embargo cuando lo que está en juego es el desarrollo de minerías en rincones muy lejanos, el discurso recibe otra cara…”.
De pronto, mi monologo – porque seamos francos, las cosas como son – fue interrumpido. Desde el portón gritaba el recepcionista “Clase para iniciantes en teatro, salón 1. Clase avanzada de construcción de personajes ficticios, salón 2”. Ipso facto, se levantó el presunto Elon Musk, y se dirigió al salón 2, y yo, todo lo contrario de encogerme de hombros, me abrumé, respiré, y me erguí para concurrir a la clase que a mí me tocaba.
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Si realmente era Elon Musk o no, nunca lo sabremos. No obstante, sí que podemos estar conscientes de que golpes de Estado en países periféricos del mundo han estado ocurriendo más de lo que nos podría gustar, los cuales tienen como telón de fondo común, la exploración extranjera de sus materias primas.